miércoles, 1 de agosto de 2007

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La kénosis de Cristo.

Dice el Señor:
“Tengan unos con otros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús.
Él, siendo de condición divina, no se aferró a su igualdad con Dios,
como algo que debía guardar celosamente,
sino que se redujo a nada y tomando la condición de servidor,
se hizo semejante a los hombres.
Presentándose con aspecto humano, vivió y sintió como hombre, se humilló a sí mismo, hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla, en los cielos, en la tierra y en los abismos; y toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
(Flp 2. 6-11)

Este himno cristológico que hace San Pablo, exalta la kénosis del Señor. En él, Pablo nos habla de la condición divina de Cristo y nos revela una doble trayectoria:

- Por un lado, está el abajamiento humillante del Hijo de Dios cuando, en la Encarnación, se hace hombre por amor a los hombres. Cae en la kénosis, es decir, en el «vaciamiento» de su gloria divina, llevado hasta la muerte en cruz, el suplicio de los esclavos, que lo ha convertido en el último de los hombres, haciéndolo auténtico hermano de la humanidad sufriente y pecadora.

- Por otro lado, está la elevación triunfal, que se realiza en la Pascua, cuando Cristo es restablecido por el Padre en el esplendor de la divinidad y es celebrado como Señor por todo el cosmos y por todos los hombres ya redimidos. Nos encontramos ante una grandiosa relectura del misterio de Cristo, sobre todo, del Cristo pascual. San Pablo, además de proclamar la resurrección, recurre también a la definición de la Pascua de Cristo como «exaltación», «elevación» y «glorificación».

Este cántico, que fundamenta nuestro sentido de pertenencia a la comunidad, es una síntesis perfecta de la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre y elevado como Señor, al servicio de los hombres y de Dios Padre. Aquí se sintetiza lo más elemental de nuestra fe: el poder que tuvo Cristo le fue concedido por su humildad y por su actitud de servicio hacia los hombres.
[1]

Esta comunidad, antes de invitarnos a apostolar a los adolescentes, nos invita a vivir la kénosis del Señor. Jesús, antes de iniciar su predicación, se prepara 40 días en el desierto. Si Él, que era de condición divina y tuvo los más puros sentimientos, tuvo la necesidad imperiosa de preparar su corazón, cómo no hacerlo nosotros que somos simples instrumentos suyos, cómo no renovar constantemente nuestro entrenamiento cotidiano para esta misión que Él nos encomendó. Y qué manera hermosa de reavivar ese fuego a través de la alegría cristiana.

Pasan los años y más debemos convencernos de lo que anunciamos en nuestra comunidad: “Luchar por nuestra santidad, tratando de imitar los mismos sentimientos que tuvo Cristo, contagiando nuestra alegría (que se renueva en Cristo resucitado) a los adolescentes”.
Esto no es poco y tal vez estamos lejos de tener los mismos sentimientos que Cristo, pero estamos convencidos de que esta lucha vale la pena; por eso nos animamos a decir:


Te glorificamos, Señor
Descendiste para elevarnos
Te humillaste para exaltarnos
Te empobreciste para enriquecernos
Naciste hombre para que pudiésemos crecer
Ayunaste, Señor, y nos quitaste el hambre
Te hiciste prisionero y nos liberaste
Fuiste juzgado como criminal
Y nos diste la inocencia.
Guardaste silencio,
para perdonar nuestras palabras
Te despojamos de las vestiduras
y nos revestiste de tu Gracia
Te sujetamos a una columna
y nos soltaste del pecado
Fuiste coronado de espinas
para que seamos reyes
Te crucificamos y nos salvaste
Resucitaste, para compartir
con nosotros tu gloria
Enviaste tu Espíritu a la iglesia
para que seamos santos.
Ayúdanos, Señor a tener
tus mismos sentimientos.
Amén.

Enviado por Marianita Vega

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